"EL VIAJERO QUE REGRESA NUNCA ES LA MISMA PERSONA QUE ERA ANTES DE IRSE"

19 de septiembre de 2017

Peñíscola, la ciudad papal


Sol, playa, turismo, historia, castillos, callejas, el chiringuito de Pepe.....bueno, eso igual no pero todo lo demás es exactamente Peñíscola. No se puede destacar nada en especial porque todo lo es.
Allí pasamos varios días de nuestras vacaciones, en una urbanización en la parte alta de la población, lejos del casco antiguo donde es literalmente imposible aparcar ni que sea en zona azul.


El único punto que localizamos para hacerlo fue justo a la entrada del puerto, en un párking que parecía más habilitado para autocares que no automóviles pero como había otros, allí que nos metimos cada vez (pagando ¡eeh!) con la única ventaja que nos dejaba bastante cerca del arco que da paso al casco antiguo de la ciudad.


De camino al castillo, siempre en subida, nos encontramos con la famosa Casa de las Conchas, huelga explicar el porqué de ese nombre. Es una construcción realmente curiosa de ver y una de las fotos más típicas de Peñíscola.


Como hemos dicho al principio, si por algo destaca la ciudad obviamente es por ser costera pero en este caso concreto también por su castillo, conocido por todos como del Papa Luna. La historia de éste se remonta a los años 1294-1307, periodo durante el cual los Templarios construyeron el castillo sobre antiguas ruinas árabes.


Gracias a su obediencia a Aviñón, D.Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor fue nombrado Papa con el nombre de Benedicto XIII, más conocido como Papa Luna, recogiendo parte de sus apellidos.
La época no era la mejor para el poder religioso ya que predominaban las traiciones, corruptelas o directamente las guerras, todo lo cual llegó a afectar al alto poder eclesiástico.
A pesar de tantas contrariedades, el Papa se mantuvo firme en sus convicciones y en lucha contra sus enemigos lo que sirvió para acuñar la conocida frase "mantenerse en sus trece" por no querer renunciar a su condición de Papa.


En 1411 el castillo se convirtió en palacio y sede pontificia, albergando además una de las mejores bibliotecas del mundo por aquel entonces.
A pesar de ello no se pierde la sobriedad de los tiempos del Temple y las salas que se fueron añadiendo no hacen más que crear un auténtico laberinto dentro de la ya antigua construcción.


Las más destacables son el salón del trono, las habitaciones personales del pontífice y el salón del cónclave. Todas ellas fueron utilizadas por el Papa Luna y su sucesor Clemente VIII, el segundo Papa que tuvo Peñíscola, además de anteriormente por los Templarios. Incluso la Basílica albergó durante un tiempo los restos mortales del primer pontífice.


Pasaron los años y bien entrado el 1500, por orden de Felipe II, se construyen nuevas zonas de defensa para artillería, obra que llevó a cabo el italiano Antonelli para proteger el castillo del ataque de piratas aunque sin que se alterara en gran manera su configuración inicial.
Huelga decir que las vistas desde la parte más elevada son espectaculares ya que dominamos los cuatro costados y nos ofrecen una visión privilegiada del pueblo.


Adosada al castillo podemos visitar la Ermita de la Virgen de la Ermitana, construida entre 1708-1714, de nave única y dos capillas a cada lado. Una curiosidad de su fachada, en contra de lo que la época marcaba, es que su decoración no presenta motivos religiosos si no militares grabados a ambos lados de la puerta principal.


Incluido en la entrada al castillo tenemos también el acceso al Parque de Artillería, que básicamente se trata de un gran y bonito jardín botánico con alguna reminiscencia bélica pero poco más. Eso sí, la panorámica desde sus miradores son magníficas.
Destacar que en él se rodaron algunas escenas de la serie "El chiringuito de Pepe" e incluso de "Juego de Tronos".


Pero si todo ésto no fuera suficiente, Peñíscola aun nos reserva un placer más y es el recorrer sus estrechas y empinadas callejuelas adoquinadas atestadas de bares y restaurantes donde comer o tomar algo en la propia calle. Eso, en las noches de verano se convierte en una auténtica delicia aunque en temporada alta podemos tardar en encontrar un hueco donde sentarnos.
Fue justamente paseando sin rumbo y ya casi saliendo del casco antiguo que encontramos otro de los lugares emblemáticos de la ciudad: el Bufador, una especie de túnel que el mar ha conseguido excavar bajo las rocas y por el que se cuelan las aguas, resoplando sin cesar. Un día de mar movida éstas se llegan a elevar por el túnel de forma violenta.
Muy recomendable sentarse a tomar algo en el chill-out Samarucs, situado justo al lado de esta curiosidad geológica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario