"EL VIAJERO QUE REGRESA NUNCA ES LA MISMA PERSONA QUE ERA ANTES DE IRSE"

21 de noviembre de 2016

¿Una mina de sal? ¡Estamos en Cardona!


Si penetrar en las entrañas de una montaña ya tiene su punto de aventura, el hacerlo por lo que había sido una mina, ahora sin explotar, ya le otorga un plus que en solo unos cuantos lugares se puede disfrutar. Pero si a ello le añadimos que esa mina es.....de sal, entonces la cosa ya se convierte en una experiencia realmente especial y casi única.
En efecto, en la ciudad de Cardona, en la Catalunya Central, encontramos una antigua explotación minera de sal, ésta en concreto no apta para uso de boca, la cual, en su interior, nos reserva auténticas maravillas.


La web www.cardonaturisme.cat es el site ideal para comprar las entradas tanto para la mina (escoger horario e idioma) como para el Castillo (impresionante).
Aviso para navegantes: cuando llegamos a la recepción del Complejo de la Sal, nos entregan el pase y nos dirigen hacia la izquierda hasta "el punto de encuentro" con la ayuda de un plano, sin más explicación. Pues bien, no os fiéis. El dichoso punto de encuentro no está indicado como tal con ningún cartel. Cuando lleguéis a una zona de picnic con mesas y bancos, esperad allí a que os vengan a recoger con dos furgonetas, que son las que bajan hasta la entrada de la mina.


Mientras hacíamos tiempo para nuestro turno, aprovechamos para inspeccionar los alrededores del bonito paraje donde nos encontrábamos. Lo más imponente es la parte exterior de una de las dos torres de extracción y a pocos metros de ella, una estatua en recuerdo de todos los mineros que murieron en la explotación a lo largo de los años.


Una vez abajo, ya solo el acceso a ella, aun en el exterior, donde nos equipamos con los cascos obligatorios, nos ofrece una ligera, muy ligera idea de lo que encontraremos tras esa puerta de madera. Todo lo que parece hielo en techo y paredes es sal.


Las formaciones que a lo largo de la ruta vamos encontrando nos dejan realmente admirados y sin palabras. Solo se escuchaban los "oooh, halaa y mira miraaa" de todo el grupo, aderezados con algún que otro "¡qué pasada!"


Hacia la mitad del recorrido, en la pared de la derecha, encontramos una reproducción de Santa Bárbara, patrona de los mineros, obviamente realizada en sal. Al igual que en las vetas de las paredes, el color blanco puro o el tono más rojizo depende exclusivamente de la composición química con la que se ha ido formando, con más carga de sodio, potasio o magnesio, que son los tres tipos de sales que se pueden encontrar en esta mina.


Hay que tener en cuenta que la sal es un material perecedero y que el agua y el paso del tiempo le van en contra para la formación de estalactitas, etc...justo al revés que si fueran de roca. Esta en concreto tiene más de 80 años y de momento resiste.


Hay rincones en los que la acumulación de sal es absolutamente brutal. Parece que haya venido el camión de reparto a descargarla allí directamente. Pero nada más lejos de la realidad.


Observad la diferencia de colores en esta pared entre los tres tipos de sal: blanco, rojizo y grisáceo. Se aprecia perfectamente la veta de cada una.


Y llegamos a lo que los guías llaman la Capilla Sixtina de la mina. Un espacio alto y ancho donde la sal campa a sus anchas, configurando un mar de agujas blanquísimas que cuelgan del techo y sus réplicas en el suelo, mezcladas con vetas rojizas por el potasio.
Creemos que las imágenes hablan por si solas.


En las galerías inferiores, ahora cerradas e inundadas, habitan tres especies de murciélagos, los cuales cuando se apagan las luces de los corredores superiores, suben hasta la superficie y son los dueños de la oscuridad. Aunque siempre hay algunos despistados que se quedaron atrapados entre la sal y allí acabaron sus días.....o más bien noches.


La guía nos explicó casi para finalizar que hay cerca de 300 kms.de galerías, las cuales se dejaron de explotar, entre otras cosas, porque al haber bajado ya tantos metros el calor se hacía insoportable para los mineros (del orden de 50ºC).
Salimos de nuevo al exterior, vuelta a las furgonetas y regreso al punto de origen. Una visita a un lugar mágico que cuesta explicar a posteriori.
Por la tarde nos dirigimos a visitar el imponente Castillo de Cardona, construido encima de una loma y dominando los terrenos de su alrededor. No por ello fue el último bastión en rendirse en 1714 ante las tropas borbónicas. Un dato que sorprenderá a más de uno: la Diada Nacional de Catalunya se celebra el 11 de Septiembre en base a la caída de Barcelona pero estaba supeditada a la rendición también del inexpugnable castillo en que nos encontramos, suceso que no se produjo hasta el día 18.


El patio interior del castillo nos remonta a tiempos feudales.


Tras cruzar el curioso claustro (y polémico por las modificaciones en su estilo realizadas en diferentes épocas, no muy del agrado de todos), accedemos a la Canónica de Sant Vicenç, puro románico por su única e inmensa planta central, de una altura descomunal y dos más pequeñas en los laterales.


En uno de ellos encontramos el panteón del Duque de Cardona, Fernando I y del Conde Folc justo enfrente.


Justo por debajo del presbiterio de la nave central podemos bajar a la cripta, una nave de tres cuerpos sostenida por columnas de escasa ornamentación.


La visita nos lleva también a la casamata, nombre que sinceramente no había oído en mi vida. Se trata básicamente de una robusta construcción de piedra en la que se guardan e instalan piezas de artillería para la defensa de un puesto. Pues bien, su interior se ha adaptado como espacio audiovisual con una videomaqueta en relieve que explica, en unos 10 minutos, los días de asalto al castillo en 1711 hasta la rendición de las tropas borbónicas ante la imposibilidad de éxito de la empresa.


Terminando ya el recorrido, visitamos la Torre de la Minyona (S.XI), que con sus más de 13 metros de altura era un perfecto puesto de vigilancia. Pero lo interesante de ella no es su valor militar si no la leyenda que la acompaña y que os resumiremos brevemente.
Cuando la zona estaba en poder de los musulmanes, la convivencia con el pueblo era pacífica y las fiestas en el castillo frecuentes. En una de éstas, el Duque de Cardona invitó al príncipe Abdalá, el cual se enamoró locamente de su hija Adelaida. Los encuentros furtivos entre ambos empezaron a ser habituales ya que, de descubrirse, se desataría la guerra entre los dos pueblos.
Hasta que sucedió lo inevitable; fueron descubiertos y el duque, loco de ira, prohibió el acceso a sus tierras al príncipe y a su propia hija, como castigo, la encerró en la torre a pan y agua, los cuales le descolgaba desde el techo un sirviente ciego y mudo.
Después de largo tiempo, los nobles de la zona consiguieron hacer razonar al duque y éste accedió a perdonar a Adelaida. Pero cuando llegaron a la torre, ésta ya había muerto de amor y pena.

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