25 de septiembre de 2017

Segovia, tan pequeña, tan grande (1ª parte)

Poco podemos decir de Segovia que no se haya dicho y escrito ya infinidad de veces, salvo contaros nuestra propia vivencia personal.
En esta primera parte de nuestro viaje nos centraremos en las visitas al acueducto y a la Catedral, dejando para la siguiente entrada el resto de nuestro viaje.
Antes de pasar unos días en la capital, habríamos afirmado sin ningún tipo de rubor que la foto por excelencia es el citado acueducto pero, a nuestro regreso, tenemos serias dudas entre éste y el Alcázar, una construcción realmente impresionante. Y eso que ya llevamos unos cuantos castillos a nuestras espaldas para que aun nos sorprendan, pero damos fe que lo consiguió.


Después de un viaje pasado por el diluvio universal, llegamos a Segovia aun con el agua como compañera de viaje. Buscamos nuestra casa alquilada a través de Airbnb y nos instalamos, esperando de paso a que parase de llover. Cuando pareció que amainaba, nos lanzamos a la calle en busca de la belleza arquitectónica de la ciudad, mucha y variada.
En nuestra agenda nos aguardaba para ese primer día visitar exclusivamente el acueducto y sus alrededores, construcción suficientemente emblemática para dedicarle lo que quedaba de jornada.
Sin buscar demasiado y siguiendo los rótulos de "casco antiguo" llegamos a la plaza del Azoguejo, que se abre para dar paso a una construcción megalítica como pocas.


A pesar de aun chispear ligeramente, no pudimos por más que quedarnos pasmados delante de ese gigante arquitectónico, construido a principios del S.II en el periodo comprendido entre el mandato de los emperadores Trajano y Adriano.
Su altura, 28 metros en el punto más elevado, y su longitud repartida en 167 arcos entre dobles y sencillos y que los sillares de granito se sustenten entre ellos sin ningún tipo de masa lo convierten en más excepcional si cabe.
Obviamente la estructura proveía de agua a la ciudad de Segovia y especialmente al Alcázar, recogiendo ésta desde la sierra situada a unos 17 kms.para, a través de varias cisternas y canales, ir recorriendo su camino por decantación con inclinaciones tan ligeras que llegaban tan sólo al 1%.


El Acueducto posee una leyenda (imaginamos que seguramente más de una) la cual cuenta que una pequeña que cada día tenía que subir y bajar la montaña a buscar agua con un cántaro, cansada de ello, pidió al diablo que hiciera lo que fuese para evitarle tal menester. Éste, a cambio de su alma, construiría el acueducto durante la noche y si lo terminaba antes que cantase el gallo, sería suya para siempre. La niña se arrepintió casi al instante de haber aceptado pero el diablo había empezado ya su tarea y justo cuando solo le quedaba colocar la última piedra, cantó el gallo, liberándola de la promesa. Se dice que justo el hueco que no se llegó a cubrir es donde actualmente podemos contemplar una imagen de la Virgen del Carmen.


Cuando conseguimos despegarnos de la atracción del acueducto, nos acercamos hasta la muralla en la que éste penetra, gozando de las privilegiadas vistas que nos ofrece el mirador que allí se encuentra y desde el que se contempla buena parte de la plaza y el conjunto de arcos hasta su giro a la izquierda.


Al bajar de nuevo para ya cenar y descansar del viaje no pudimos evitar la típica foto en el no menos típico Mesón de Cándido, famoso por su cochinillo asado, el cual encontramos situado en una esquina de la plaza.


El día siguiente amaneció con mucho mejor clima y después de desayunar en casa sin prisas y callejear por el casco antiguo, nos dirigimos a la Catedral, que se empieza a vislumbrar desde lo alto de la calle que desemboca en la Plaza Mayor. Cruzamos ésta y podemos contemplar toda la suntuosidad del edificio.


Es llamada la Dama de las Catedrales, tanto por su elegancia como por sus medidas, ya que se eleva hasta los 30 metros de sus bóvedas, sus 50 de ancho y sus 109 de largo, a excepción de la excepcional torre que llega a alcanzar los 90 metros. Fue construida en los S.XVI y XVII con estilo predominantemente gótico y trazos renacentistas.


En su interior destaca el Altar Mayor, obra de Sabatini, el retablo del cual presenta un conjunto de coloridos mármoles y bronces y dispuesto sobre un murete de mármol negro y blanco. En él encontramos imágenes de San Frutos y San Geroteo flanqueando a la Virgen de la Paz.


Justo enfrente y separado por una reja fabricada por Antonio Elorza en 1729, encontramos el coro con su sillería gótica, rescatada de la catedral antigua y dos inmensos órganos a cada lado.


La nave principal está atestada de pequeñas capillas en sus laterales, pudiendo llegar a contar hasta veintidós, salvo error. No entraremos al detalle de todas y cada una de ellas para no cargaros pero lo que sí es seguro es que ninguna desmerece lo más mínimo del conjunto de la Catedral.
Por un lateral de la nave principal se accede a la Capilla del Cristo de la Agonía, una estancia mucho mayor que las otras capillas y donde encontramos una profusa decoración en todos y cada uno de sus elementos, desde cuadros y lámparas de forja hasta unos radiadores de hierro fundido, auténticas obras de orfebrería. Pero sin duda, lo más destacado es el retablo en cerámica del Cristo Crucificado, obra de Daniel Zuloaga, aunque para nuestra desgracia ese día la figura principal no se encontraba en su lugar, imaginamos que sufriendo algún proceso de restauración.


Algo que siempre nos llama poderosamente la atención en todas las iglesias, catedrales, etc...que visitamos son los vitrales que éstas posean, si es el caso. Segovia lo es, siendo su conjunto uno de los más importantes del patrimonio español en este aspecto.
Encontramos hasta 65 de ellos repartidos en tres fases: la primera, S.XVI, realizada por cinco vidrieros de prestigio de la época. La segunda se sucede al siglo siguiente y la ejecuta Francisco Herranz con un total de 33 piezas, siendo la de mayor magnitud. Y la tercera fase se realiza en 1916 incluyendo siete vitrales fabricados por la Casa Maumejan destinados al Altar Mayor.


Por un magnífico pórtico lateral accedemos al claustro de la catedral, con unos jardines cuidados con mimo extremo. Lo recorremos sin prisa porque si algo transmite este lugar es calma, mucha calma, a pesar de haber relativamente bastantes visitantes.


Ya casi al final de nuestra visita subimos a una planta superior donde se exponían antiguas casullas de los obispos de la catedral y en una sala anexa, decorada con magníficos tapices en sus paredes, pudimos contemplar un maravilloso artesonado en el techo, todo en blanco con motivos dorados, imaginamos que realizados a base de pan de oro.


Hasta aquí la primera parte de nuestro viaje a Segovia. En unos días os contamos como nos fue por el Alcázar y otros lugares que visitamos.¡Hasta pronto!

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